Thor y Geirrod

Loki tomó prestado en una ocasión el vestido de halcón de Freya y voló en busca de

aventuras a otra parte de Jötunheim, donde se posó sobre las tejas de la cada de Geirrod.

Pronto atrajo la atención de este gigante, que le ordenó a uno de sus sirvientes que

capturara al pájaro. Divertido ante los torpes intentos del individuo para atraparle, Loki

voló de un sitio a otro, moviéndose sólo cuando el gigante estaba a punto de caer sobre

él con sus manos. Sin embargo, calculó mal la distancia en una ocasión y de pronto se

vio hecho prisionero.

Atraído por los brillantes ojos del ave, Geirrod lo observó de cerca e intuyó que era un

dios disfrazado. Tras darse cuenta de que no podía hacerle hablar, lo encerró en una

cueva, donde lo retuvo durante tres meses enteros sin comida ni agua. Derrotado al final

por el hambre y la sed, Loki reveló su identidad y obtuvo la libertad tras prometer que

convencería a Thor para que visitara a Geirrod sin su martillo, cinturón o guantelete

mágico. Loki voló entonces de vuelta a Asgard y le contó a Thor que había sido

espléndidamente agasajado y que su anfitrión había expresado un fuerte deseo de ver al

poderoso dios del trueno, de quien había escuchado maravillosas historias. Halagado

por este ingenioso discurso, Thor fue convencido para realizar un viaje amistoso hasta

Jötunheim y los dos dioses partieron, dejando en casa las tres mágicas armas. No habían

avanzado mucho, sin embargo, antes de que hubieran llegado a la casa de la giganta

Grid, una de las muchas esposas de Odín. Viendo que Thor iba desarmado, le advirtió

que se cuidara de la traición y le prestó su propio cinto, garrote y guante. Pasando un

tiempo tras dejarla, Thor y Loki llegaron hasta el río Veimer y el Atronador,

acostumbrado ya a ello, se dispuso a vadearlo, ordenándole a Loki y a Thialfi que se

agarraran fuerte a su cinto.

Sin embargo, a mitad de la corriente, una súbita lluvia y la consiguiente riada les

sorprendieron. Las aguas comenzaron a elevarse y a rugir y aunque Thor se apoyó con

fuerza sobre su garrote, casi fue arrastrado por la fuerza de la furiosa corriente.

Thor se dio cuenta ahora de la presencia, corriente arriba, de la hija de Geirrod, Gialp y,

sospechando de forma correcta que ella era la responsable de la tormenta, asió un

enorme canto rodado y lo lanzó hacia ella, murmurando que el mejor sitio para regresar

un río era en su origen. El proyectil tuvo el efecto deseado, pues la giganta huyó, las

aguas cedieron y Thor, exhausto pero ileso, se arrastró hasta la orilla opuesta tirando de

un pequeño arbusto, el serbal. Éste fue conocido desde entonces como «la salvación de

Thor» y se le atribuyeron poderes mágicos. Tras descansar durante un rato, Thor y sus

compañeros reanudaron su viaje. Pero a la llegada a la casa de Geirrod, el dios estaba

tan exhausto que se hundió agotado en el primer asiento a la vista. Para su sorpresa, sin

embargo, notó cómo éste se elevaba por debajo de él y, temiendo que pudiera ser

aplastado, empujó el garrote prestado contra el techo, obligando al asiento a bajar con

todas sus fuerzas. A ello siguió un terrible crujido, gritos repentinos y quejidos de dolor.

Cuando Thor se dispuso a averiguar lo que pasaba, descubrió que las hijas del gigante,

Gialp y Greip, se habían deslizado bajo su sillón con la intención de matarle a traición,

por lo que habían obtenido una retribución justa, muriendo ambas aplastadas.

Geirrod se presentó entonces y retó a Thor a poner a prueba su fuerza y habilidades y,

sin esperar a una señal preconcertada, le arrojó una cuña incandescente. Thor, rápido de

ojo y experimentado receptor, cogió el proyectil con el guante de hierro de la giganta y

lo lanzó de vuelta a su oponente. Tal era la fuerza del dios, que el proyectil atravesó no

sólo el pilar tras el cual se refugió el gigante, sino también su cuerpo y la pared de la

casa, enterrándose profundamente en la tierra del exterior.

Thor se acercó entonces resueltamente hasta el cadáver del gigante, al que el golpe de su

arma había transformado en piedra y lo situó en un lugar destacado, como monumento a

su fuerza y a la victoria que había obtenido sobre sus indiscutibles enemigos, los

gigantes de las montañas.