Enfurecido por sus ronquidos, que le habían impedido dormir, Thor asestó tres terribles
golpes con su martillo al gigante. Estos golpes, en vez de aniquilar al monstruo,
solamente provocaron en él comentarios soñolientos, como si una hoja, un trozo de
corteza o una ramita del nido de un pájaro hubiesen caído sobre su cara. Temprano por
la mañana, Skrymir dejó a Thor y su gente, señalándoles el camino más corto hasta el
castillo de Utgardloki, que había sido construido con grandes bloques de hielo y
enormes carámbanos relucientes como pilares. Los dioses, deslizándose por entre los
barrotes de la gran puerta de entrada, se presentaron audazmente ante el rey de los
gigantes, Utgardloki, el cual, tras reconocerles, fingió inmediatamente estar
completamente sorprendido por su pequeño tamaño y expresó su deseo de ver con sus
propios ojos de lo que eran capaces de hacer, pues con frecuencia había oído los alardes
de sus habilidades.
Loki, que había ayunado más de lo que hubiese deseado, declaró inmediatamente que
estaba dispuesto a apostar con quien fuese por una comida. Consiguientemente, el rey
ordenó que se trajera una gran mesa de madera llena de carne a la sala. Colocó a Loki
en un extremo y a su cocinero Logi en el otro y les ordenó que comenzara la disputa.
Aunque Loki hizo maravillas, y llegó rápidamente hasta el centro de la mesa, se
encontró sólo con los huesos, mientras que su oponente ya se había devorado tanto la
carne como la mesa.
Sonriendo desdeñosamente, Utgardloki declaró que era evidente que no era mucho lo
que eran capaces de hacer en cuanto al comer, lo cual irritó tanto a Thor que afirmó que,
si bien Loki no podía comer tanto como el voraz cocinero, estaba seguro que él podría
beber el mayor vaso que se encontrase en el palacio, tan insaciable era su sed.
Inmediatamente se trajo un cuerno y, tras declarar Utgardloki que los buenos bebedores
lo vaciaban de un trago, las personas moderadamente sedientas en dos y los bebedores
insignificantes en tres, Thor acercó el borde a sus labios. Pero, aunque tragó tan
profundamente que creyó que iba a reventar, el líquido aún llegaba hasta el borde
cuando levantó su cabeza. Un segundo y un tercer intento para vaciar el cuerno fueron
también fallidos. Thialfi se ofreció entonces a disputar una carrera, pero un joven de
nombre Hugi, contra le cual se le hizo competir, pronto le adelantó, a pesar de que
Thialfi había corrido de forma extraordinariamente rápida.
Thor propuso después mostrar su fuerza en el levantamiento de pesos y se le retó a que
alzara el gato del gigante. Aprovechando una oportunidad para ajustarse su cinturón
Megingiörd, que aumentaba su fuerza, tiró y se esforzó, pero sólo logró levantar una de
sus patas del suelo.
Un último intento por su parte de luchar contra la anciana nodriza de Utgardloki, Elli,
considerada la única oponente digna de un oponente tan insignificante, finalizó de
forma igualmente desastrosa y los dioses, tras reconocer que habían sido derrotados,
fueron agasajados de modo hospitalario. Por la mañana fueron escoltados hasta los
confines de Utgard, donde el gigante les comunicó educadamente que esperaba que no
volvieran a visitarle jamás, pues se había visto forzado a utilizar la magia contra ellos.
Entonces continuó explicando que él era el gigante Skrymir y que si no hubiera tomado
la precaución de interponer una montaña entre su cabeza y los golpes de Thor, mientras
él yacía aparentemente dormido, probablemente hubiera muerto, pues profundas grietas
en la ladera de la montaña, las cuales señaló, eran testigo de la fuerza del dios.
A continuación les informó que el oponente de Loki había sido Logi (fuego salvaje);
que Thialfi había disputado una carrera contra Hugi (pensamiento) y que no existía en el
mundo un corredor más rápido que él; que el cuerno del que bebió Thor estaba
conectado con el océano, donde sus grandes tragos habían producido un perceptible
reflujo; que el gato era en realidad la terrible serpiente que rodeaba el mundo,
Iörmungandr, a la cual Thor había casi arrastrado fuera del agua y que Elli, su nodriza,
era la vejez, a la que nadie podría derrotar. Tras concluir sus explicaciones y advertirles
de que no regresaran nunca o volvería a defenderse con engaños parecidos, Utgardloki
se desvaneció y, aunque Thor blandió su martillo con la intención de destruir el castillo,
lo envolvió en una niebla tan espesa que no pudo ser visto y el dios del trueno se vio
obligado a regresar a Thrudvang, sin haberle administrado a la raza de los gigantes la
lección que había planeado.