Inicio y Creación

 

Un buen lugar con el que empezar es con la parte más antigua del gran poema éddico «Völuspá» (La Profecía de la Vidente). Ésta data probablemente del año 1000, cuando Cristo empezaba a ejercer una gran influencia en los asuntos nórdicos. Por ello, el poema, tal como lo conocemos, puede mostrar la mitología nórdica influida por la cristiana. Además, el texto del Codex Regius lo muestra en un estado ya mutilado. Hay obvias lagunas en él y probablemente interpolaciones difícilmente rastreables. El poema se presenta como la declaración de una «völva» (vidente, sibila) no conocida, ante la existencia de Valfodr, uno de los muchos nombres de Odín. Él le había pedido que le contase los antiguos relatos de los hombres, las primeras cosas que podía recordar.

Empezó hablando de sus recuerdos de épocas primigenias, para continuar con acontecimientos posteriores, aunque muy antiguos y finalmente, siguió con el futuro, el cual profetizó, presumiblemente ante la inquietud de Odín. Dice del estado más primitivo del universo:

Fue en tiempos remotos,

cuando nada había,

ni arena ni mar,

ni frías olas,

ni tierra,

ni altos cielos,

sólo un gran vacío

y nada crecía.

Así pues, cuando nada había y la oscuridad reinaba en todas partes, existía un poderoso ser llamado Allfather (Padre de Todo), al que imaginaban confusamente tanto no creado como no visto, y todo lo que él deseaba era aprobado. Era una especie de ser invisible que había existido desde siempre, y el cual contaba con once nombres más.

En el centro del espacio se encontraba, en el albor del tiempo, un gran abismo llamado Ginnungagap, la grieta de entre las grietas, la sima grandiosa, cuya profundidad no alcanzaba a ver ningún ojo y que estaba cubierto en una constante penumbra.

Al norte de este lugar se encontraba un espacio o mundo conocido como Niflheim (el mundo de la niebla y la oscuridad) en el centro del cual burbujeaba el inagotable manantial Hvergelmir (la caldera hirviente), cuyas aguas abastecían doce grandes corrientes conocidas como las Elivagar. Como las aguas de estas corrientes fluían velozmente desde su origen hasta encontrarse con las frías ráfagas de la sima grandiosa (Ginnungagap), se solidificaban pronto en enormes bloques de hielo, que rodaban hacia las inconmensurables profundidades del gran abismo con un continuo estruendo atronador.

Al sur de esta oscura fosa, en dirección opuesta al Niflheim, el reino de la niebla, se localiza otro mundo conocido como Muspellsheim (el hogar del fuego elemental), donde todo era calor y luz y cuyas fronteras eran guardadas continuamente por Surtr, el gigante de la llama. Este gigante blandía ferozmente su reluciente espada, lanzando continuamente grandes cantidades de chispas, que caían con un silbido sobre los bloques de hielo en el fondo del abismo, derritiéndolos parcialmente con su calor incandescente.

Ymir y Audhumla.

Las nubes de vapor se elevaban y, al encontrarse de nuevo con el frío, se transformaban en escarcha, la cual, capa a capa, rellenaba el espacio central. De esta manera, por la continua acción del frío y el calor, y también debido probablemente a la voluntad de Allfather, una gigantesca criatura llamada Ymir u Olgelmir (arcilla hirviente), la personificación del océano congelado, nació entre los bloques de hielo del Ginnungagap y como fue creado a partir de la escarcha, se le llamó Hrimthurs o el Gigante de Hielo.

Andando a tientas en la oscuridad en busca de alimento, Ymir se encontró con una vaca gigantesca llamada Audhumla (la alimentadora), que había sido creada de la misma manera y con los mismos materiales con los que el gigante había sido concebido. Corriendo hasta ella, Ymir observó con placer que de sus ubres fluían cuatro grandes arroyos de leche, que le proporcionarían alimento más que suficiente. Todas sus necesidades fueron satisfechas de esta manera; sin embargo, la vaca, buscando comida a su vez a su alrededor, comenzó a lamer la sal de un bloque de hielo cercano con su áspera lengua. Siguió haciendo esto hasta que primero aparecieron los cabellos, después la cabeza entera de un dios emergió de su helada envoltura y finalmente Buri (el productor) se vio completamente liberado.

Mientras la vaca se encontraba ocupada de esta manera, Ymir, el gigante, se había quedado dormido y mientras dormía un hijo y una hija habían nacido de la transpiración bajo sus axilas y sus pies habían producido el gigante de seis cabezas Thrungelmir, el cual, poco después de nacer, dio a luz a su vez al gigante Bergelmir, del cual descienden todos los gigantes malignos helados.

Odín, Vili y Ve.

Cuando los gigantes se dieron cuenta de la existencia del dios Buri y de su hijo Börr (nacido), al cual había producido inmediatamente, una guerra surgió entre ellos, ya que al representar dioses y gigantes las fuerzas opuestas del bien y del mal, no cabía la posibilidad de que pudieran vivir juntos en paz. Naturalmente, la lucha continuó durante años sin que ningún bando lograra una decidida ventaja, hasta que Börr se casó con la giganta Bestla, hija de Bolthjorn (la espina del mal); de la pareja nacieron tres poderosos hijos: Odín (espíritu), Vili (voluntad) y Ve (sagrado). Estos tres hijos se unieron inmediatamente a su padre en su lucha contra los gigantes de hielo enemigos y finalmente lograron matar a su rival más devastador, el gran Ymir. Mientras caía sin vida, la sangre manó de sus heridas en cantidades tan grandes que terminó produciendo un gran diluvio en el que pareció toda su raza, a excepción de Bergelmir, el cual logró escapar con su esposa en un bote hasta los confines del mundo. Allí construyó su morada, llamando al lugar Jötunheim (hogar de los gigantes) y allí engendró una nueva raza de gigantes de hielo, los cuales heredaron sus aversiones y continuaron su odio de sangre, estando siempre dispuestos a salir resueltamente de su desolado país para atacar el territorio de los dioses.

Los dioses, llamados Ases (pilares y soporte del mundo) en la mitología del Norte, tras haber triunfado sobre sus enemigos y haber terminado de esta manera la guerra, comenzaron entonces a mirar a su alrededor, con la intención de mejorar el aspecto desolado de las cosas y moldear un mundo habitable. Tras la debida consideración, los hijos de Börr arrojaron el enorme cadáver de Ymir al Ginnungagap, poniéndolo en medio, y comenzaron a crear el mundo a partir de las diversas partes que lo componían.

La Creación de la Tierra.

De su carne moldearon Midgard (el jardín medio), el nombre que se le dio a la Tierra. Éste se situó en el centro exacto del vasto espacio, y fue cubierto con las cejas de Ymir como baluartes o murallas. La porción sólida de Midgard fue rodeada con la sangre o el sudor del gigante, que pasaron a formar el océano, el agua y los mares, mientras que sus huesos pasaron a constituir las montañas, sus dientes los precipicios y sus cabellos rizados los árboles y la vegetación.

Bien satisfechos con sus primeros esfuerzos en la creación, los dioses tomaron entonces la abultada calavera del gigante y la equilibraron diestramente para formar los cielos abovedados sobre tierra y mar. Después esparcieron sus sesos a través de sus vastas extensiones para crear de ellos las nubes.

Dice el Altísimo (Odín) citando estrofas del poema de preguntas y respuestas Grímnismál:

De la carne de Ymir se hizo el mundo,

y de su sangre, el mar.

De sus huesos, peñascos; de sus cabellos, árboles;

y de su cráneo, la bóveda celeste.

Y de sus cejas, los dioses geniales

hicieron Midgard para la humanidad.

Y de sus sesos se crearon

todas esas crueles nubes de tormenta.

Para sostener la bóveda celestial, los dioses colocaron a los poderosos enanos Nordri, Sudri, Austri y Westri en sus cuatro esquinas, ordenándoles que lo sostuvieran sobre sus hombros. De ellos recibieron los cuatro puntos cardinales sus nombres actuales de Norte, Sur, Este y Oeste. Para iluminar el mundo creado, los dioses sembraron la bóveda celestial con chispas procedentes de Muspellsheim, puntos de luz que brillaban constantemente a través de la oscuridad como estrellas relucientes. Las más luminosas de estas chispas, sin embargo, se reservaron para la forja del Sol y de la Luna, los cuales fueron colocados en bellos carros de oro.

Cuando todos los preparativos concluyeron, y los corceles Arvakr (el despertador temprano) y Alsvin (el marchador veloz) fueron enganchados al carro del Sol, los dioses, temiendo que los animales pudieran perjudicarse por su proximidad a la ardiente esfera, colocaron bajo sus crucetas grandes pieles rellenas de aire o alguna sustancia refrigerante. También forjaron el escudo Svalin (el refrigerante) y lo situaron delante del carro para protegerles de los rayos directos del Sol, los cuales, de otra manera, podrían haberles carbonizado a ellos y a la Tierra. De forma similar, el carro de la luna fue provisto con un ágil corcel llamado Alsvider (el más veloz); sin embargo, no se precisó de ningún escudo que le protegiera de los ligeros rayos de la Luna.

Mani y Sol.

Los carros estaban preparados, los corceles enganchados e impacientes para comenzar lo que iba a ser su recorrido diario, pero ¿quién iba a guiarles por el camino correcto?.

Los dioses buscaron a su alrededor y los dos bellos hijos del gigante Mundilfer llamaron su atención. Él estaba muy orgulloso de sus hijos y les había dado el nombre de las recién creadas orbes, Mani (la luna) y Sol (el Sol). Sol, la doncella del Sol, era la esposa de Glaur (el brillo), el cual era probablemente uno de los hijos de Surtr.

Los nombres probaron haber sido otorgados acertadamente, pues el hermano y la hermana fueron nombrados los encargados de conducir los corceles de sus brillantes homónimos. Tras recibir los debidos consejos de los dioses, fueron llevados hasta el cielo y día tras día, cumplieron con sus obligaciones asignadas conduciendo los corceles a través de los senderos celestiales. Dice así el Hávamál:

Sabed que Mundilfer es el alto

padre de Mani y Sol;

los años pasarán uno tras otro,

mientras ellos marcan los meses y los días.

Después, los dioses convocaron a Nott (noche), una de las hijas de Norvi, uno de los gigantes y le confiaron el cuidado de un oscuro carro tirado por un corcel negro, Hrimfaxi (crines de hielo), de cuyas crines ondeantes caía el rocío y la escarcha hasta la tierra.

La diosa de la noche se había casado en tres ocasiones y con su primer esposo, Naglfari, había tenido un hijo de nombre Aud; con el segundo, Annar, una hija llamada Jörd (tierra) y con el tercero, el dios Delliger (amanecer), otro hijo, cuya belleza era sublime y al cual se le dio el nombre de Dag (día).

Tan pronto como los dioses se percataron de la existencia de este hermoso ser, le proporcionaron también un carro tirado por el resplandeciente corcel blanco Skinfaxi (crines brillantes), de cuyas crines resplandecientes rayos de luz brillaban en todas direcciones, iluminando el mundo y trayendo consigo luz y alegría para todos.

Los Lobos Sköll y Hati.

Pero ya que el mal siempre sigue de cerca los pasos del bien con la intención de destruirlo, los antiguos habitantes de las regiones del Norte imaginaron que tanto el Sol como la Luna eran perseguidos incesantemente por los fieros lobos llamados Sköll (repulsión) y Hati (odio), cuyo único objetivo era alcanzar y tragarse a los brillantes objetos que perseguían, para que el mundo volviera así a estar envuelto en su oscuridad inicial.

Se decía que a veces, los lobos alcanzaban e intentaban devorar sus presas, produciendo consiguientemente un eclipse de las brillantes orbes. Entonces, la gente aterrorizada provocaba un estruendo tan ensordecedor, que los lobos, asustados por el ruido, los soltaban de sus mandíbulas. Una vez libres de nuevo, Sol y Mani reanudaban su camino, huyendo con más rapidez que antes, perseguidos velozmente por los hambrientos monstruos a través de su estela, los cuales esperaban con ansia el momento en el que sus esfuerzos se vieran recompensados con el fin del mundo. Las naciones del Norte creían que sus dioses habían emergido de una alianza entre el elemento divino (Börr) y el mortal (Bestla, la giganta), por lo que eran finitos y estaban condenados a perecer junto al mundo que habían creado.

Mani también estaba acompañado de Hiuki, la Luna creciente, y Bil, la Luna menguante, dos niños que él había arrebatado de la Tierra, donde un cruel padre los había obligado a acarrear agua durante toda la noche. Nuestros antepasados creían ver a estos niños, con sus cubos perfilándose levemente sobre la Luna.

Los dioses no sólo nombraron al Sol, la Luna, el Día y la Noche para señalar el transcurso del día, pues también asignaron al Atardecer, la Medianoche, la Mañana, el Amanecer, el Mediodía y la Tarde para que compartieran sus tareas, nombrando al Verano y al Invierno como los gobernadores de las estaciones, como dirigentes del paso de los años, hasta el ocaso de los dioses. Verano, desciende directamente de Svasud (el suave y el encantador). Heredó el carácter gentil de su señor y era amado por todos excepto por Invierno, su mortal enemigo e hijo de Vindsual, el cual era a su vez hijo del desagradable dios Vasud, personificación de los vientos helados.

Los vientos fríos soplaban continuamente desde el Norte, enfriando toda la Tierra y los nórdicos creían que eran puestos en movimiento por el gran gigante Hresvelgr (el devorador de cadáveres), el cual, ataviado con plumas de águila, se sentaba al borde del extremo norte de los cielos y cuando levantaba sus brazos o alas, frías ráfagas se creaban y soplaban despiadadamente sobre la faz de la Tierra, destruyéndolo todo con su aliento helado.

Enanos y Elfos.

Mientras los dioses estaban ocupados creando la Tierra y proporcionándole iluminación, una horda de criaturas con aspecto de gusano habían estado reproduciéndose en la carne de Ymir. Estas desagradables criaturas terminaron atrayendo la atención divina.

Convocándoles ante su presencia, los dioses les dieron primero forma y les dotaron de una inteligencia sobrehumana, tras lo cual los dividieron en dos grandes clases. Aquellos que eran de naturaleza oscura, traicionera y taimada, fueron desterrados a Svartalfheim, hogar de los enanos negros, el cual estaba situado bajo tierra, y de donde no se les permitía salir durante el día, bajo pena de ser transformados en piedra. Se les llamaba enanos, trolls, gnomos o kobolds, y empleaban toda su energía y tiempo en explorar los escondrijos secretos de la Tierra. Coleccionaban oro, plata y piedras preciosas, que guardaban en grietas secretas de donde podían sacarlas según su deseo.

Al resto de estas pequeñas criaturas, incluyendo todos los que eran hermosos, benignos y provechosos, los dioses los llamaron hados y elfos, y fueron enviados para que moraran en el espacioso reino de Alfheim (hogar de los elfos de luz), situado entre el cielo y la tierra, de donde podían descender siempre que quisieran, para cuidar de las plantas y las flores, jugar con los pájaros y las mariposas, o bailar en la hierba a la luz de la Luna.

Odín, que había sido el espíritu líder en todas estas empresas, ordenó a los dioses, sus descendientes, que le siguieran hasta la vasta llanura conocida como Idawold, que se encontraba muy por encima de la Tierra, al otro lado de la gran corriente Ifing, cuyas aguas nunca se helaban.

En el centro del sagrado espacio, que desde el comienzo del mundo había sido reservado para su propia morada y había sido llamado Asgard (hogar de los dioses), los doce ases (dioses) y las veinticuatro asynjur (diosas) se reunieron en asamblea a la llamada de Odín. Se celebró un gran consejo, en el cual se decretó que no se derramaría sangre dentro de los límites de su reino, o durante el tratado de paz, pues la armonía debía reinar allí por siempre. Como resultado de la conferencia, los dioses también construyeron una fragua, en la que diseñaron todas sus armas y herramientas requeridas para construir los magníficos palacios de metales preciosos, en los cuales vivieron durante muchos años en un estado de felicidad tan perfecta que este período pasó a llamarse la Edad de Oro.

La Creación del Hombre y la Mujer.

Aunque los dioses habían diseñado desde el principio Midgard o Manaheim, como la morada del hombre, no existían seres humanos que lo habitaran todavía. Un día, Odín, Vili y Ve, según algunas autoridades en la materia, o bien Odín, Hoenir (el birollante) y Lodur o Loki (fuego), comenzaron a caminar juntos por la orilla del mar, donde se encontraron o bien con dos árboles, el fresno (Ask) y el olmo (Embla) o con los dos bloques de madera, tallados con toscas formas humanas. Los dioses contemplaron al principio la madera inerte con silencioso asombro. Después, percatándose del uso que se le podría dar, Odín dotó a estos troncos con almas, Hoenir les concedió el movimiento y los sentidos y Lodur contribuyó con sangre y una complexión saludable.

Dotados así con habla e intelecto, y con poder para amar, esperar y trabajar, y con vida y muerte, a los recién creados hombre y mujer se les otorgó libertad para gobernar Midgard a su deseo. Lo poblaron gradualmente con su descendencia, mientras los dioses, recordando que habían sido ellos los que los habían dotado con vida, se interesaron especialmente en todas sus actividades, velando por ellos y concediéndoles con frecuencia su ayuda y protección.

El Árbol Ygdrassil.

Allfather (Odín) creó después un enorme fresno de nombre Ygdrassil, el árbol de universo, del tiempo o de la vida, el cual ocupaba todo el mundo, expandiéndose sus raíces no sólo en las más remotas profundidades de Niflheim, donde burburjeaba el manantial Hvergelmir, sino también en Midgard, cerca del pozo de Mimir (el océano) y en Asgard, cerca de la fuente Urdar.

Desde sus tres grandes raíces, el árbol alcanzaba una altura tan formidable que su rama más elevada, llamada Lerald (el pacificador), ensombrecía la sala de Odín, mientras el resto de los brazos arbóreos se alzaban sobre los otros mundos. Un águila fue situada en la rama Lerald, y entre sus ojos se sentó el halcón Vedfolnir, el cual observaba con su mirada penetrante el cielo, la Tierra y Niflheim, e informaba de todo lo que veía.

Ya que el árbol Ygdrassil se mantenía siempre verde y sus hojas nunca se marchitaban, servía de pasto no sólo para el chivo de Odín, Heidrun, el cual suministraba el aguamiel celestial, la bebida de los dioses, sino también para los venados Dain, Dvalin, Duneyr y Durathor, de cuyas cornamentas caía el rocío de miel hacia la Tierra, suministrando con agua todos los ríos del mundo.

En la hirviente caldera Hvergelmir, cercana al gran árbol, un horrible dragón llamado Nidhung mordisqueaba continuamente las raíces y era asistido en su tarea de destrucción por innumerables gusanos, cuyo objetivo era acabar con la vida del árbol, conscientes de que su caída sería la señal de la perdición de los dioses.

Correteando continuamente arriba y abajo por las ramas y el tronco del árbol, la ardilla Ratatosk (el portador de la rama), el típico entremetido y chismoso, empleaba su tiempo en repetirle al dragón los comentarios del águila y viceversa, con la intención de sembrar la cizaña entre ambos, situados a cada extremo del fresno sagrado.

El Puente Bifröst.

Era, por supuesto, esencial que el árbol Ygdrassil se mantuviera en perfectas condiciones de salud, una labor que realizaban las Nornas o Destinos, que lo rociaban diariamente con las aguas sagradas del manantial Urdar. Esta agua, al deslizarse hasta la tierra a través de las ramas y las hojas, suministraba con miel a las abejas.

Desde ambos límites de Niflheim, arqueándose muy por encima de Midgard, se alzaba el puente sagrado, Bifröst (Asatru, el aro iris), hecho de fuego, agua y aire, cuyos palpitantes y cambiantes matices retenía y sobre el cual viajaban los dioses de un lado a otro de la Tierra o hasta el manantial Urdar, al pie del fresno Ygdrassil, donde se reunían diariamente en asamblea.

De entre todos los dioses, Thor, el dios del trueno, era el único que nunca pisaba sobre el puente, por miedo a que sus pesados pasos o el calor de sus relámpagos lo destruyera.

El dios Heimdall guardaba custodia y vigilancia allí día y noche. Estaba pertrechado con una espada mordaz y portaba una trompeta de nombre Gjallarhorn, con la cual solía soplar generalmente una nota suave para anunciar la venida o la ida de los demás dioses, pero la cual serviría además, para hacer sonar un terrible estruendo cuando Ragnarok, el gigante de hielo y Surtr, llegaran con intención de destruir el mundo.

Los Vanes.

Aunque los habitantes originales del cielo eran los Ases, ellos no eran las únicas divinidades que las razas nórdicas veneraban, pues también reconocían el poder de los dioses del mar y del viento, los Vanes, que vivían en Vanaheim y gobernaban sus dominios a su deseo. En tiempos pasados, antes de que los palacios dorados de Asgard hubiesen sido construidos, hubo una disputa entre los Ases y los Vanes y llegaron a recurrir a las armas, usando rocas, montañas e icebergs como proyectiles en la reyerta.

Sin embargo, descubriendo pronto que en la unidad residía la fuerza, arreglaron sus diferencias y acordaron la paz, y para ratificar el tratado intercambiaron prisioneros.

Fue de esta manera como Njörd, el Van, vino a Asgard para vivir con sus dos hijos, Frey y Freya, mientras que Hoenir, el As, el mismísimo hermano de Odín, hizo de Vanaheim su morada.

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